La historia de Dale

Limpiemos el interior del vaso

La adicción sexual ha formado parte de mi vida desde los primeros años de la escuela secundaria. En esa época me parecía algo inofensivo. Tenía un grupo de amigos que conseguían encontrar material pornográfico con facilidad y así empecé a mirar cosas inapropiadas.

En esa época me uní a la Iglesia y, aunque sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, me parecía un “rito de iniciación” habitual en los muchachos. Aunque externamente hice todo aquello que se esperaba de mí, como servir una misión para la Iglesia y casarme en el templo, hice lo mismo que otros adictos y oculté mi vida secreta a mis líderes, a mi esposa y a mi familia. Mi vida era una mentira.

Aunque conseguí aguantar breves períodos de abstinencia, durante los últimos años me dediqué a ver pornografía a diario y a desarrollar otras conductas sexuales compulsivas. La persona que era en mi interior no correspondía con la imagen exterior que mostraba a todos mis amigos y a los miembros de la Iglesia, y eso me sacaba de quicio.

Finalmente me di cuenta de que mi matrimonio, aparentemente feliz durante 25 años, estaba fracasando. Aunque mi esposa y yo nos teníamos el uno al otro físicamente, no teníamos intimidad emocional. No éramos uno. Mi falta de comunicación y de intimidad real con mi esposa había creado una brecha entre nosotros que iba creciendo cada día. No sabía qué hacer, pero deseaba desesperadamente salvar mi matrimonio, así que confesé mi doble vida.

Los meses siguientes fueron los más difíciles. Cuando empecé a asistir a un grupo de recuperación de las adicciones, discutíamos cada semana por cosas pequeñas e insignificantes. Me informé acerca de mi adicción en blogs, libros y podcasts estupendos. Incluso llegué a tomar un avión con mi esposa para conocer al maravilloso autor de un libro fantástico sobre la adicción a la pornografía. Conforme iba incorporando los 12 pasos a mi vida y asistía regularmente a las reuniones, empecé a ser más consciente de mis tentaciones y de lo que las provocaban. Todas estas herramientas me ayudaron a comprender y a recuperarme.

La primera vez que hablé con mi esposa sobre mi adicción, estaba convencido de que ella iba a dejarme y no la culpo por lo enojada que se sintió. Pero, de alguna manera, ha conseguido liberarse de ese enojo que sentía hacia mí y mi adicción. Poco a poco, estoy aprendiendo a ser un mejor esposo y estamos logrando la conexión emocional que no habíamos conseguido establecer durante años. Empezamos a orar juntos con más frecuencia y a tener citas en pareja.

Llevaba unos 50 días de abstinencia cuando hablé con mi presidente de estaca acerca de mi adicción. Estaba preparado para lo peor, al igual que mi familia. Había llegado a un punto en el que no me importaban las consecuencias; simplemente, tenía que limpiarme. Mi presidente de estaca me ayudó a darme cuenta del poder que tiene la Expiación para sanar y limpiar.

Mi comprensión y mi apreciación por la Expiación han aumentado enormemente debido a mis experiencias. Siento que me he fortalecido y que siento más empatía debido a mis dificultades personales. La Expiación es real. Y, a pesar de todos los aspectos “mecánicos” que conlleva la recuperación, es el Señor quien hace todo el trabajo real en nuestro corazón y en nuestra vida.

Me siento agradecido por amigos comprensivos, por los líderes de la Iglesia y por mi esposa, que pudieron ver más allá de mi adicción y todavía me aman. Pero, sobre todo, estoy agradecido por el esfuerzo notable que la Iglesia ha hecho por no estigmatizar las adicciones de este tipo y por ver las cosas como son. El Programa para la recuperación de adicciones funciona y es un don de Dios en mi vida y en la de innumerables personas.