La historia de Samuel

Avanzar en la dirección correcta

Encontré la pornografía y la masturbación a la edad de doce años. Su atractivo me dominó y aunque sabía que estaba haciendo algo malo e intenté dejarlo, prontamente me había vuelto adicto.

A los diecisiete años, fui a pedirle ayuda a mi obispo. Logré limpiar mi vida el tiempo suficiente para servir en una misión de tiempo completo honorable. Cuando regresé a casa, conocí a mi esposa y nos casamos en el templo. Pensé que mi adicción era un asunto del pasado y que me hallaba libre de ella. Sin embargo, tres meses después de nuestro casamiento y luego de nuestro primer conflicto serio, comencé a tener nuevamente problemas con la pornografía. Aun cuando mi esposa conocía mi historia, me sentí obligado a ocultarle mis luchas, porque me aterrorizaba el que ella fuera a dejarme.

Sabiendo que estaba retomando un mal hábito, le conté a mi obispo acerca de mis luchas. Él me recomendó que buscara ayuda asistiendo a un grupo de recuperación de 12 pasos, pero el sólo pensar en ello, me enfermaba. “¿Adicto yo?”, pensé. “¡Yo no soy un adicto! Es sólo un mal hábito que tengo”. No obstante, le prometí a mi obispo que si volvía a incurrir en eso, yo iría.

Aproximadamente al año de nuestro matrimonio, comencé a sucumbir más y más a mi adicción. Empecé a faltar a las clases en la universidad y al trabajo, y aprovechaba toda ocasión para ver material pornográfico. Llegué al punto en que pasaba de 8 a 10 horas diariamente, durante varios días seguidos, enganchado a mi adicción. Estaba totalmente fuera de control.

Finalmente, le confesé a mi esposa por teléfono y tuvimos una terrible discusión. La conversación terminó cuando ella me gritó que yo no era el hombre con quien ella creía haberse casado y colgó el teléfono. Ella no me respondió cuando volví a llamarla. Estaba convencido de que nuestro matrimonio se había acabado. Y aún más grave: mi fe en Dios era tan sólo una fracción de lo que había sido. Me sentí apartado, solo y sin esperanza.

Los deslices que me había permitido y mi subsiguiente pelea con mi esposa, finalmente me convencieron de que necesitaba asistir al programa de 12 pasos. Comencé a asistir a Sexhólicos Anónimos y pensé que podría hacer un paso cada semana y ya me curaría. Tenía la actitud de sólo querer salir de este asunto lo más rápidamente posible. Después de estar asistiendo por dos años a las reuniones, haber instalado filtros en todos mis equipos y de haber trabajado lentamente en los primeros tres pasos, finalmente comencé a sanar. Empecé a sentir como que volvía a tener algo de verdadera fe en Cristo.

Todavía tuve mis recaídas, pero lograba mantenerme sobrio por meses entre una y otra, por lo que podía ver que estaba haciendo progresos. Mi esposa fue de gran ayuda y nuestra relación mejoró notablemente. En ese tiempo, nació nuestro hijo y por primera vez en muchos años, me sentí lleno de esperanza con respecto al futuro. Pero, a las pocas semanas, tuve un terrible accidente que me dejó paralizado desde el cuello hacia abajo.

Al principio pensé que me había curado de mi adicción gracias al accidente. Si yo no podía sentir nada del cuello para abajo, entonces ¿cómo me iba a sentir tentado por la pornografía o la masturbación? Y durante año y medio, realmente me sentí libre de ello. Pero la lesión en la médula espinal trajo consigo todo un conjunto de desencadenantes emocionales y relacionales. Poco a poco fui cediendo nuevamente a la adicción. Dejé de asistir a las reuniones de recuperación y me avergonzaba regresar. Pero, mis amigos empezaron a recurrir a mí para pedirme consejos en cuanto a sus propias dificultades, así que me armé de valor y los llevé a las reuniones. Fue entonces cuando comprendí que debía convertir mi propia recuperación en un asunto social a fin de tener éxito; mi recuperación ya no sólo era necesaria para mi salvación, sino que iba a ayudar a otras personas igualmente. El sistema de apoyo que se estableció entre nosotros fue lo que nos mantuvo en la senda correcta, y fue entonces cuando comenzó la sanación verdadera y permanente. Hallé sanación gracias a Cristo y al hermanamiento.

Esta vez trabajé en el programa con más diligencia, procurando tener el Espíritu cada día en un nivel más personal e íntimo. Finalmente entendí que no era una batalla que debía luchar yo solo, sino que Dios iba a ayudarme. Mientras más recurría a Él, más respuestas recibía sobre cómo superar mis tentaciones. Y con cada repuesta, me aseguré de actuar inmediatamente en consecuencia. Con el tiempo, empecé a sentir que recuperaba mi albedrío y que las adicciones se apartaban de mi corazón.

Actualmente llevo un año sobrio, pero el espacio de tiempo exacto no es lo que importa. Lo que importa es la calidad de la recuperación. Nunca antes había sentido tanta paz, libertad o gratitud como ahora. Mi matrimonio está mejor que nunca y mi esposa y yo hemos sido bendecidos con un segundo hijo. No alcanzo a expresar con palabras la gratitud que siento por mi Salvador y por Su amor hacia mí. Ha sido un largo y arduo trayecto, y aún me queda mucho camino por delante. Pero estoy feliz de ir avanzando en la dirección correcta y de tener al Salvador a mi lado constantemente.